Libros y Camaleones [Profesor Jensen]

Caminó por los pasillos de Hogwarts, varita en alto, con la punta emitiendo una luz blanca bastante fuerte. Se paró frente a la puerta principal, y comprobó (por enésima vez) que estaba bien cerrada. Al darse la vuelta, un poco nerviosa, oyó unos ruiditos muy bajos, pero no se alarmó, pues los conocía de sobra. Se giró y casi corrió hacia las escaleras del Colegio, extendiendo la mano izquierda con la palma de la mano boca arriba, notando un ligero peso después. Acercó la varita a su brazo y vio a Pascal, su camaleón de color verde. Sonrió, aliviada, y se lo acercó a la boca, dándole un pequeño beso en la cabecita. Ese pequeño animal verde (no tan pequeño, pues le ocupaba casi toda la palma) le tranquilizaba en cualquier situación. Sin decir nada, se lo llevó al hombro, y este anduvo hasta allí, colocándose en él, cómodamente. Soltó una pequeña carcajada al oír el ruidito que hacía con la boca y se miró el reloj de la muñeca. Todavía quedaban diez minutos para que los alumnos de Quinto, Sexto y Séptimo tuviesen que irse a dormir. Supuso, por Pascal, que no había problema en el otro lado de Hogwarts, pues él venía de allí. Sonrió, avergonzada, al recordar que aquella tarde le había preguntado a Dumbledore si el camaleón podía vigilar con ella, que era sumamente de fiar al ser un camaleón mágico, y que este había dicho que sí entre risas. Empezó a subir las escaleras, tras echarle un vistazo a la puerta, comprobando que estaba cerrada. Cambió la varita de mano y se apoyó en el reposabrazos. Juntando su mejilla con la del animal, cariñosamente, subió, un poco cansada. Al momento, dio un salto, asustada, pues había escuchado un estruendo del pasillo del cuarto piso. Allí estaba la Biblioteca. Apurada, subió los escalones de tres en tres, corriendo, con el animal fuertemente agarrado a unos mechones de pelo suelto, sentado en el hombro.

Se encontraba en la biblioteca, por la noche.
¿Extraño? Tal vez, un poco, pero era una hora agradable. Los alumnos ya no se encontraban allí, a excepción de uno o dos que notaban que el tiempo les apremiaba y no les ayudaba al examen del día siguiente.
Se encontraba pasando el tiempo, distrayendo al insomnio, leyendo artículos sueltos sobre criaturas mágicas o almas danzantes. Se divertía, le hacia pasar un buen rato, cuando ya no tenía examenes que correjir o fantasmas para conversar, era agradable perderse en el abrazo amistoso de un buen libro, siempre había tenido esa costumbre, desde que era un joven Ravenclaw en su torre, leyendo su libro favorito sobre los colores del aura de las personas.

Sin embargo, pudo notar que se hacía tarde, y cuando su visión comenzó a nublarse, al punto de que las letras de los libros comenzaron a verse doble, cerró la enciclopedia de magos piromaníacos y se levantó, somnoliento, de su asiento.
Sin embargo, no pudo notar que en la torpeza de sus pasos, tropezaría con la estantería de los libros que se hallaba detrás de su silla, logrando que se cayeran varias enciclopedias pesadas, produciendo un ruido sordo detrás de otro, mucho escándalo.
El profesor no pudo más que dejar que en su rostro se produjera un calor bochornoso y soportar la mirada enfurecida de la bibliotecaria mientras musitaba disculpas atropelladas en sus labios y se agachaba para recoger los libros.
Y, como si fuera poco, por la puerta entraba corriendo Cherry, la agradable auror que protegía Hogwarts de las fuerzas oscuras. Le sonrió con torpeza, aun con una rodilla en el suelo, mientras juntaba los libros en sus brazos debiluchos y delgados.
-Lo lamento, no hay nada de qué alarmarse. Ha sido mi propia torpeza.-se rió suavemente, mientras recogía los ejemplares desparramados por el suelo.