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Un amargo reencuentro.~ [Jensen]
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Un amargo reencuentro.~ [Jensen]
Los dulces explotaban en su boca a medida que ella los mordía con las muelas, soltando ligeras carcajadas muy por lo bajo, rompiendo con el silencio del ambiente. El camino hacia la casa de los gritos se encontraba tan desierto como un cementerio; al igual que la casa misma. Meredith eligió aquel lugar porque se encontraba alejado del pueblo y estaba segura que nadie se atrevería a ir, más aún después de lo ocurrido con el licántropo hace un par de años atrás. La noticia se había hecho pública gracias a Severus Snape, el mortífago encubierto. La chica desconfiaba tanto de él que le era imposible entablar una conversación seria sin que metiera comentarios irónicos o con indirectas hacia el profesor de Hogwarts. Incluso le era imposible sostenerle la mirada porque él la apartaba demasiado rápido. Nunca habían tenido situaciones cómodas, y ella creía que nunca las tendrían. Sin embargo, con la persona que iba a encontrarse dentro de pocos instantes, todo era diferente. No tan perfecto como lo fue con Derek, aunque la relación se asemejó a una ligera amistad. Pero, ahora que Mer era una extraña, una enemiga para él, las cosas habían cambiado. Y mucho.
Sus tacos resonaron por toda la vacía casa en cuanto puso un pie en ella. Ya se había terminado los pocos dulces que le quedaban mas el sabor permanecía dentro de su boca. Se envolvió los hombros con un chal blanco tejido a la antigua, tapando gran parte de su vestido negro, ajustado al cuerpo. Ya no era una niña, ya no lucía como la Slytherin sonriente que acudía a la oficina del profesor para contarle lo que había pasado en el día, o con lágrimas en los ojos por algún problema. Todo eso, aunque él se negara a creerlo, fue pura mentira. Ella siempre fue la mujer que ahora se mostraba impecable desde la punta de los zapatos hasta la cabeza. Una serpiente, una manipuladora. Una maldita perra mentirosa; pero Jensen se negaba a aceptar la realidad, sí señor. Por momentos Meredith llegó a creer que comenzaba a sentir algo por él, algo parecido a un sentimiento positivo; llegó a pensar que sus chistes eran graciosos y que su loca personalidad la estaba atrapando; pero no, No, NO! En ella eso no podía pasar, así que no se lo permitió. No obstante, debía confesar que su especial forma de ser no la encontraría en ningún otro sitio, siendo esa la verdadera razón de aquel próximo encuentro: volver a verlo una única vez más.
La oscuridad, el silencio, la muerte. Aquella casa transmitía todo eso y mucho más. Las ventanas se encontraban cerradas con tablones, al igual que todas las puertas, excepto la trasera, por la cual ella había entrado. Muchas personas, de lejos, verían aquella entrada tapada también pero se trataba de un hechizo inteligente para ahuyentar a los curiosos. Una gran capa de polvo lo cubría todo. La chica se acercó al piano y pasó el dedo índice por encima de él, dejando una marca intencional. Acto seguido, subió al segundo piso, tranquila, a paso lento, examinando cada detalle del ambiente. El lugar, horripilante, mas a ella le gustaba. Entró a una habitación estrecha, vacía por completo. Ningún mueble, ninguna marca; sólo el polvo ya impregnado en las maderas del suelo, tan pegado que sería imposible sacarlo. Y… algo interesante. Al final del cuarto, en la pared opuesta a la puerta de entrada, un cuadro yacía a un metro y medio del suelo. Aquel cuadro contenía una pintura vacía, con un hueco: la persona que ocupaba su puesto había salido, tal como ella lo esperaba. Sonrió de lado, sacando su varita, apuntando al marco.
–Confringo –pronunció casi en susurros. Aquel objeto explotó, siendo reducido a simples trozos de madera, esparcidos por el suelo. De esa forma ya se encontraba en completa privacidad, sin que su señor tenebroso la vigilara.
Siete segundos más tarde la puerta que había dejado atrás se abrió. Al mismo tiempo, un reloj que llevaba colgando de su mano comenzó a sonar con una melodía de arpas. Meredith no pudo evitar que su rostro se bañara nuevamente en una sonrisa satisfecha.
–Eres tan puntual que hasta me da escalofríos –mencionó, con voz sensual y fría, cerrando el reloj de golpe. No necesitaba girarse; ya sabía quien se encontraba detrás de si por más que no lo estuviera esperando. Su perfume era único, embriagador, tan característico de su persona como lo era el peinado que seguro traería: cabello al viento, largo, desparejo. Se mordió el labio; moría por volver a ver aquellos ojos transparentes como el agua otra vez.
Sus tacos resonaron por toda la vacía casa en cuanto puso un pie en ella. Ya se había terminado los pocos dulces que le quedaban mas el sabor permanecía dentro de su boca. Se envolvió los hombros con un chal blanco tejido a la antigua, tapando gran parte de su vestido negro, ajustado al cuerpo. Ya no era una niña, ya no lucía como la Slytherin sonriente que acudía a la oficina del profesor para contarle lo que había pasado en el día, o con lágrimas en los ojos por algún problema. Todo eso, aunque él se negara a creerlo, fue pura mentira. Ella siempre fue la mujer que ahora se mostraba impecable desde la punta de los zapatos hasta la cabeza. Una serpiente, una manipuladora. Una maldita perra mentirosa; pero Jensen se negaba a aceptar la realidad, sí señor. Por momentos Meredith llegó a creer que comenzaba a sentir algo por él, algo parecido a un sentimiento positivo; llegó a pensar que sus chistes eran graciosos y que su loca personalidad la estaba atrapando; pero no, No, NO! En ella eso no podía pasar, así que no se lo permitió. No obstante, debía confesar que su especial forma de ser no la encontraría en ningún otro sitio, siendo esa la verdadera razón de aquel próximo encuentro: volver a verlo una única vez más.
La oscuridad, el silencio, la muerte. Aquella casa transmitía todo eso y mucho más. Las ventanas se encontraban cerradas con tablones, al igual que todas las puertas, excepto la trasera, por la cual ella había entrado. Muchas personas, de lejos, verían aquella entrada tapada también pero se trataba de un hechizo inteligente para ahuyentar a los curiosos. Una gran capa de polvo lo cubría todo. La chica se acercó al piano y pasó el dedo índice por encima de él, dejando una marca intencional. Acto seguido, subió al segundo piso, tranquila, a paso lento, examinando cada detalle del ambiente. El lugar, horripilante, mas a ella le gustaba. Entró a una habitación estrecha, vacía por completo. Ningún mueble, ninguna marca; sólo el polvo ya impregnado en las maderas del suelo, tan pegado que sería imposible sacarlo. Y… algo interesante. Al final del cuarto, en la pared opuesta a la puerta de entrada, un cuadro yacía a un metro y medio del suelo. Aquel cuadro contenía una pintura vacía, con un hueco: la persona que ocupaba su puesto había salido, tal como ella lo esperaba. Sonrió de lado, sacando su varita, apuntando al marco.
–Confringo –pronunció casi en susurros. Aquel objeto explotó, siendo reducido a simples trozos de madera, esparcidos por el suelo. De esa forma ya se encontraba en completa privacidad, sin que su señor tenebroso la vigilara.
Siete segundos más tarde la puerta que había dejado atrás se abrió. Al mismo tiempo, un reloj que llevaba colgando de su mano comenzó a sonar con una melodía de arpas. Meredith no pudo evitar que su rostro se bañara nuevamente en una sonrisa satisfecha.
–Eres tan puntual que hasta me da escalofríos –mencionó, con voz sensual y fría, cerrando el reloj de golpe. No necesitaba girarse; ya sabía quien se encontraba detrás de si por más que no lo estuviera esperando. Su perfume era único, embriagador, tan característico de su persona como lo era el peinado que seguro traería: cabello al viento, largo, desparejo. Se mordió el labio; moría por volver a ver aquellos ojos transparentes como el agua otra vez.
Meredith Németh- Mortífag@
- Mensajes : 20
Fecha de inscripción : 22/07/2011
Re: Un amargo reencuentro.~ [Jensen]
Encerrado en su despacho, podía notar cómo la noche comenzaba a caer, y cómo su reloj de águila parlante anunciaba que la hora límite estaba llegando.
Jensen suspiró, haciendo un movimiento ligero con la cabeza para quitarse de la cara los cabellos de color negro azabache y abrir la gaveta de su escritorio donde conservaba las cosas importantes de sus alumnos. En sus años de enseñanza, uno que otro jovencito o jovencita le habían entregado cartas a su persona. Le hacía sentir bien, le producía una cálida sensación diferente a las demás. Una especie de satisfacción mezclada con cariño y orgullo, equilibrados en la medida perfecta.
Entre los pergaminos se hallaba uno en particular. Muy colorido y elegante, muy pulcro y trabajado, típico de ella. Sonrió levemente mientras leía el “Feliz cumpleaños, profesor” con letra que brillaba, con el “Meredith” que firmaba la tarjeta y, adjuntada a ella, una muchachita de no más de quince años, atrapada en una fotografía, con una sonrisa grande y sincera, con ojos sonrientes, quien lo saludaba con la mano una y otra vez, entusiasmada y alegre, vivaz, llena de vida, energía e inocencia. Pura, hermosa, una niña apenas.
No la había visto desde que salió de Hogwarts. Y esa chica hubiera sido una alumna más, simplemente otro recuerdo, si no hubiera sido por una noticia posterior.
Meredith apareció en El Profeta, con su misma sonrisa coqueta y aspecto puro, encabezando la noticia del atentado de mortífagos a muchas residencias muggles. La forma en que la sangre de Jensen se congeló fue simplemente inexplicable; una de sus alumnas favoritas, más dedicadas y más sensibles {Él mismo la había visto con los ojos llenos de lágrimas, explicándole cómo un muchacho de Slytherin había destrozado su inexperto corazón}, convertida en una mortífaga hecha y derecha. La cual torturaba, asesinaba y disfrutaba al hacerlo, reía y caminaba sobre los cuerpos de sus víctimas con los pies desnudos.
O al menos así se presentaba en su mente.
Suspiró por segunda vez, recordando la semana pasada, cuando subía a la lechucería para enviarle la carta habitual a su madre, y se encontraba con su lechuza favorita, la blanca de manchas marrones y grandes ojos amarillos mirándolo con curiosidad. Llevaba en el pico una carta con su nombre, cuya letra era fina y elegante, bien trazada, exactamente igual a la del pergamino que acababa de guardar.
Ella había citado el encuentro, y el tiempo apremiaba.
Jensen era un hombre extraño, con costumbres extravagantes, gustos inentendibles y pensamientos enredados. Pero de tanto en tanto, tenía pensamientos racionales, tal vez por ser un hombre maduro, de más de treinta años, que todavía veía en esa sanguinaria mujer a la muchachita de los ojos cristalinos e intentaría regresarla al buen camino, no podía ser demasiado tarde para un corazón arrepentido.
Finalmente, ajustándose el abrigo de pana, Jensen cerró los ojos de forma resignada y se concentró en el paisaje nevado de Hogsmade, como una postal navideña, alegre y encantadora, a diferencia de la fachada de la Casa de los Gritos.
Al abrir los párpados, la casa destrozada lo recibió como si de un viejo amigo se tratase, caminó lentamente, sintiendo la nieve deslizarse bajo sus pies, llegando hacia el lugar con los latidos de su corazón repiqueteando fuertemente. Llevaba la varita al alcance de su mano, en el bolsillo de la túnica, esperando con todas las fuerzas de su ser que fuera inútil.
Conforme subía las escaleras, pudo escuchar perfectamente una detonación y sus ojos azules le abrieron con sorpresa, aquello sería interesante, definitivamente. Sólo que aún no podía definir si “interesante” significaba bueno o malo.
Vio su figura de espaldas, un vestido negro pegado al cuerpo. Intentando atenuar detalles de mujer en el cuerpo de una jovencita, no pudo evitar bajar la mirada.
-[b]Tengo que admitir que tenía ansias de llegar. No me gusta hacer esperar a viejos amigos, señorita Németh.-la llamó exactamente igual que como le decía durante sus años en Hogwarts. Ya que, tal vez, si tenía algo de suerte, podía ver algo de su antigua alumna en el iris de ella.
Le sonrió con cordialidad, con cortesía, como siempre. Jensen era un hombre extravagante, un hombre extraño, que analizaba las auras de las personas e inventaba hechizos por su cuenta. Pero su lado más humano estaba a punto de salir con ella.
Jensen suspiró, haciendo un movimiento ligero con la cabeza para quitarse de la cara los cabellos de color negro azabache y abrir la gaveta de su escritorio donde conservaba las cosas importantes de sus alumnos. En sus años de enseñanza, uno que otro jovencito o jovencita le habían entregado cartas a su persona. Le hacía sentir bien, le producía una cálida sensación diferente a las demás. Una especie de satisfacción mezclada con cariño y orgullo, equilibrados en la medida perfecta.
Entre los pergaminos se hallaba uno en particular. Muy colorido y elegante, muy pulcro y trabajado, típico de ella. Sonrió levemente mientras leía el “Feliz cumpleaños, profesor” con letra que brillaba, con el “Meredith” que firmaba la tarjeta y, adjuntada a ella, una muchachita de no más de quince años, atrapada en una fotografía, con una sonrisa grande y sincera, con ojos sonrientes, quien lo saludaba con la mano una y otra vez, entusiasmada y alegre, vivaz, llena de vida, energía e inocencia. Pura, hermosa, una niña apenas.
No la había visto desde que salió de Hogwarts. Y esa chica hubiera sido una alumna más, simplemente otro recuerdo, si no hubiera sido por una noticia posterior.
Meredith apareció en El Profeta, con su misma sonrisa coqueta y aspecto puro, encabezando la noticia del atentado de mortífagos a muchas residencias muggles. La forma en que la sangre de Jensen se congeló fue simplemente inexplicable; una de sus alumnas favoritas, más dedicadas y más sensibles {Él mismo la había visto con los ojos llenos de lágrimas, explicándole cómo un muchacho de Slytherin había destrozado su inexperto corazón}, convertida en una mortífaga hecha y derecha. La cual torturaba, asesinaba y disfrutaba al hacerlo, reía y caminaba sobre los cuerpos de sus víctimas con los pies desnudos.
O al menos así se presentaba en su mente.
Suspiró por segunda vez, recordando la semana pasada, cuando subía a la lechucería para enviarle la carta habitual a su madre, y se encontraba con su lechuza favorita, la blanca de manchas marrones y grandes ojos amarillos mirándolo con curiosidad. Llevaba en el pico una carta con su nombre, cuya letra era fina y elegante, bien trazada, exactamente igual a la del pergamino que acababa de guardar.
Ella había citado el encuentro, y el tiempo apremiaba.
Jensen era un hombre extraño, con costumbres extravagantes, gustos inentendibles y pensamientos enredados. Pero de tanto en tanto, tenía pensamientos racionales, tal vez por ser un hombre maduro, de más de treinta años, que todavía veía en esa sanguinaria mujer a la muchachita de los ojos cristalinos e intentaría regresarla al buen camino, no podía ser demasiado tarde para un corazón arrepentido.
Finalmente, ajustándose el abrigo de pana, Jensen cerró los ojos de forma resignada y se concentró en el paisaje nevado de Hogsmade, como una postal navideña, alegre y encantadora, a diferencia de la fachada de la Casa de los Gritos.
Al abrir los párpados, la casa destrozada lo recibió como si de un viejo amigo se tratase, caminó lentamente, sintiendo la nieve deslizarse bajo sus pies, llegando hacia el lugar con los latidos de su corazón repiqueteando fuertemente. Llevaba la varita al alcance de su mano, en el bolsillo de la túnica, esperando con todas las fuerzas de su ser que fuera inútil.
Conforme subía las escaleras, pudo escuchar perfectamente una detonación y sus ojos azules le abrieron con sorpresa, aquello sería interesante, definitivamente. Sólo que aún no podía definir si “interesante” significaba bueno o malo.
Vio su figura de espaldas, un vestido negro pegado al cuerpo. Intentando atenuar detalles de mujer en el cuerpo de una jovencita, no pudo evitar bajar la mirada.
-[b]Tengo que admitir que tenía ansias de llegar. No me gusta hacer esperar a viejos amigos, señorita Németh.-la llamó exactamente igual que como le decía durante sus años en Hogwarts. Ya que, tal vez, si tenía algo de suerte, podía ver algo de su antigua alumna en el iris de ella.
Le sonrió con cordialidad, con cortesía, como siempre. Jensen era un hombre extravagante, un hombre extraño, que analizaba las auras de las personas e inventaba hechizos por su cuenta. Pero su lado más humano estaba a punto de salir con ella.
Jensen Van Der Meulen- Profesor@ de Encantamientos
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