Noche calurosa [Hermione]

Era una noche bastante calurosa, estaba tumbado en mi cama dando vueltas sin parar, el maldito calor no me dejaba dormir, era desesperante, y más desesperante aún cuando bajé a mi sala común y me di cuenta de que era yo el único que estaba sufriendo ese problema, puesto que no había nadie más despierto, solo yo, algo comprensible a esas horas, ya que eran las dos de la mañana.
Suspiré y después de pensarmelo un par de veces abrí la puerta de mi sala común y salí de allí sin hacer mucho ruido, no quería que nadie se enterase de que estaba despierto, primero por las preguntas que me harían y segundo porque no tenía ganas de aguantar a nadie y menos a estas horas. Normalmente no soportaba tener a mucha gente cerca, pero no sabía que podía pasar si alguien venía a molestarme en estos momentos a estas horas de la madrugada.
Caminé por el castillo un rato intentando buscar un lugar fresco, pero la verdad es que parecía que en todo el castillo hacía un calor de mil demonios. Me estaba empezando a poner malo y todo. Comencé a sudar y a dar vueltas de un lado hacia otro, hasta que de repente una magnífica idea me vino a la cabeza.
Sin pensarmelo dos veces, salí del castillo, nuevamente sin hacer el menor ruido y con paso ligero me dirigí al lago. No se me podía haber ocurrido otra idea mejor. Nada más llegar comprobé que estaba completamente vacío, era de esperar... ¿quién iba a ver allí a estas horas?
Me quité la camiseta y el pantalón con rapidez y tomando algo de carrerilla me tiré al lago de cabeza.
Una sensación de total alivio recorrio mi cuerpo al entrar en contacto con el agua. Comencé a nadar de un lado a otro ajeno a lo que pasaba a mi alrededor, simplemente concentrandome en sacar todo el maldito calor de mi cuerpo

La noche se cernía sobre la cabeza de la castaña, mientras continuaba empuñando su varita, lanzando encantamientos a diestra y siniestra. Con una profesionalidad envidiable, completamente concentrada, exclamaba una y otra vez nombres de encantamientos mientras los veía desencadenarse de la punta de su varita, sintiendo un calor especial en las yemas de sus dedos mientras estos ocurrían. La varita le hacía caso, le entendía, eran un equipo perfecto y bien coordinado.
Había sido un día difícil, ocupado, yendo de aquí para allá para concurrir intachablemente a cada una de sus clases y además ayudar a Ginny en su ensayo de Cuidado de Criaturas Mágicas. Tenía que admitir que había perdido mucho tiempo con ella, no porque no comprendiera {la pelirroja era increíblemente vivaz, con una mente muy rápida} sino porque se habían distraído hablando, riendo, compartiendo gran parte de la tarde. Ginny era increíblemente agradable, y le encantaba poder pasar tiempo con ella.
El problema aquí {como es habitual} fueron Harry y Ron.

Cuando llegó a la sala común, por la noche, esperando poder empezar a practicar para su examen práctico de Encantamientos, sus dos mejores amigos comenzaron a jugar ajedrez mágico, a beber cerveza de manteca incautada de las cocinas, a hablar, a cantar, a reír. Desconcentrándola por completo.
-Así les irá mañana…-musitó, enfadada, mientras salía por el retrato de la Dama Gorda y pensaba hacia dónde dirigirse.
¿En qué lugar de Hogwarts podía practicar libremente, y no la regañarían si rompía algo? Tal vez la sala de Menesteres, pero tenía tantas antigüedades y baratijas interesantes que francamente le daría pena perder algo. Tal vez los baños, tal vez…el bosque. Definitivamente, a pesar de ser de noche, mientras se mantuviera fuera de los terrenos del bosque prohibido se encontraría a salvo. Además, estábamos hablando de Hermione Granger, era capaz de quedarse despierta toda la noche con tal de aprobar un examen.
Salió hacia los jardines y tomó el camino directo al lago negro, donde se hallaba el límite del bosque, era el lugar perfecto, a esas horas nadie se acercaría, podría practicar un par de horas y regresar a la sala común. Además, mañana aprobaría el examen con creces, refregándolo en las caras holgazanas de Harry y Ronald.

-¡Reducto!-exclamó, apuntando a un árbol, y notando el impacto de su encantamiento contra la corteza del mismo. Sonrió, triunfante, mientras se volteaba y continuaba lanzando encantamientos.
-¡Defodio!-esta vez apuntó a la grama, notando cómo se hacía un profundo agujero el cual la llenaba de orgullo. Y así estuvo, por un par de horas, practicando un hechizo dos veces, tres, cuatro…cinco veces, y comenzando de nuevo. Y luego, practicando otro hechizo; dos veces, tres, cuatro…
La noche se volvía cada vez más oscura y sombría, pista de que se estaba haciendo tarde. Luego de haber hecho el quinto Descendo de la noche, se detuvo unos segundos, acalorada por la práctica y, además, por el clima de la noche. Al estar en verano, las noches eran más calurosas de lo habitual.
Guardó su varita en el bolsillo de su túnica, emprendiendo el rumbo hacia el castillo, bañado de forma atrayente por la pálida luz de la luna, sólo necesitaba un buen baño y un sueño reparador para dar lo mejor de sí el día siguiente, y sonreír triunfante cuando sus amigos desaprueben el examen {porque iban a desaprobarlo}.
Sin embargo, algo atrajo su atención antes de que pueda hacer la mitad del trayecto. El sonido del crujido de las hojas, alguien estaba caminando, alguien estaba detrás de ella. Sacó su varita con rapidez, pronunciando un “Lumus” prácticamente imperceptible. Se volteó con firmeza y al ver una silueta alta y ancha sólo pudo actuar instintivamente.
-¡Desmaius!-chilló, asustada. Logrando que esa sombra, fuese lo que fuese, acabara caído sobre su espalda en el suelo, inmóvil.
Se acercó despacio hacia la criatura y sólo pudo soltar un gritito ahogado al darse cuenta de que era un muchacho, semidesnudo, a quien había confundido con alguna criatura mágica habitante del bosque.
-¡Finite incantatem! …¿Te encuentras bien? Lo siento mucho, creí que eras peligroso, realmente lo siento.¬-se disculpó, mirando a ese joven desconocido-¿Quieres mi túnica? Debes estar helado…