¿No se puede tener unos momentos a solas? {libre}

Mientras daba vueltas por los jardines del castillo, aún iluminados por la luz solar característica de la veraniega estación, el Profesor Snape caminaba por ellos, sintiendo como la débil brisa le revolvía el cabello negro que usualmente caía como cortinas a ambos lados de su pálida e inexpresiva cara, que ahora mismo estaba siendo su mejor máscara.

De haber sido actor, seguramente habría sido todo en éxito: Severus sabía como esconder hasta la última emoción que sentía detrás de aquella máscara de inexpresividad que a muchos les provocaba repulsa. No los podía culpar pero tampoco pensaba cambiar para agradarles: Su función en esta vida era específica y torturante, debía cuidar al hijo de Lily para verlo morir igual que había hecho con su madre. Perfectamente podría ejecutar un suicidio después de aquello, no pretendía seguir viviendo sin poder ver aquellos ojos, incluso aunque estuviesen incrustados en el cuerpo del cínico James Potter, tan endemoniadamente parecido a su hijo.

Nadie sabía, además de Dumbledore, los posibles pensamientos del antiguo profesor de pociones y ahora docente de defensa contra las artes oscuras. Nadie conocía aquel lado de él, nadie sabía sobre cómo sus lealtades habían cambiado quince años atrás sólo por aquel par de orbes verdes que ahora le miraban con frecuencia invadidos por un odio y hostilidad impresionantes. No es que Severus hiciese algo para agradarle al chico, tampoco.

La mayoría de estudiantes paseaban por allí, la mayoría rehuyendo al encuentro con el profesor Snape, suponiendo que les regañaría. No se sentía lo suficientemente bien para hacerlo a menos que fuese estrictamente necesario. Unos cuantos metros más allá observó como una de sus alumnas, Astoria Greengrass, leía unos cuantos folletos y tomaba nota en un pergamino. Educada, distinguida, criada en una familia de sangre pura, la joven Astoria era algo así como uno de los orgullos de la casa de Slytherin.

Indudablemente el profesor de piel pálida y cabello negro como la noche tenía una clara preferencia por los alumnos de su casa. El porqué, no podía estar muy seguro, tal vez porque le recordaban su juventud, tal vez porque le recordaban aquella época en la que Lily aún vivía. El profesor se accercó sigilosamente hacia la chica, quien ni corta ni perezosa, alzó la mirada a mirarlo. El hombre enarcó una ceja, observando a la joven que le miraba algo interrogante. Él notó que tenía algunos panfletos de carreras mágicas, un buen signo: La chica se preocupaba por su futuro. No le sonrió, puesto que no era algo de su estilo hacerlo, pero sí decidió entablar una conversación con ella: tal vez podría ayudarle en algo.

-Interesante, señorita Greengrass -dijo Snape con aquella voz que le caracterizaba- Es bueno ver que se preocupa por su futuro -prosiguió, pausando por un momento para después señalar un espacio junto al lugar en el que la chica estaba sentada- ¿Podría sentarme allí? -preguntó por cortesía. Necesitaba algo de compañía en aquellos momentos, y Dumbledore, para su desgracia estaba fuera, haciendo algo de la Órden.

El hombre cuya apariencia recordaba a un murciélago se sentó junto a su alumna tan pronto como esta le abrió campo y con sus ojillos negros alcanzó a observar un folleto de Gringotts, al parecer el que la chica había estado examinando. El profesor levantó su mirada hacia la cara de la chica, sinceramente no se la había imaginado trabajando el el banco mágico, al menos no sin tener problemas con los goblins, quienes detestaban a ls magos: Una bruja de buena familia que había sido educada seguramente para mirar a los demás por encima del hombro no tendría una buena experiencia allí.

La voz de la joven cautivó la atención del docente, quien le daba a Astoria Greengrass una de esas miradas profundas que parecían ejecutar legermancia por sí solas, si bien él no había utilizado el hechizo ni lo pensaba utilizar con ella. Eso se lo tenía reservado para algunos selectos personajes, incluyendo a Potter, puesto que aquel acto lo frustraba y hacía sentir un inútil, tal como Severus pensaba y decía. Tan pronto como la señorita Greengrass terminó la primera frase, el profesor asintió demostrando que estaba de acuerdo con la aseveración de la jóven bruja perteneciente a su casa y notó como había algo en la expresión de la chica que esta luchaba por contener.

Curiosidad. Aquella era la expresión, pero... ¿Curiosidad con respecto a qué? Snape no lo sabía, y si él fuese el objeto de dicha curiosidad, prefería no saber qué querría saber la joven Greengrass pues aquello podría delatarle, y siendo ella del círculo social que era, a él no le convenía que cualquier información sobre su vulnerabilidad llegase a los oídos de los Mortífagos. No si pretendía custodiar el bienestar de los ojos de Lily incrustados en el cuerpo de James hasta que fuese el momento adecuado para que este muriese, honrando a sus padres.

Por otro lado, la expresión de Severus Snape había permanecido sin haber cambiado ni un poco. Aquella era una de sus principales y más útiles habilidades, poder camuflar a la perfección sus pensamientos y sentimientos bajo una máscara inexpresiva, o que tal vez sonreía con algo de sorna. Con su expresión aún fija, el profesor notó como su alumna parecía reprimir la curiosidad que ahora no estaba presente en su expresión para comentar algo que ambos sabían. El mundo mágico tenía buenas opciones para el fin de la escuela, eso era cierto.

-Tiene la razón -aceptó Snape, mientras otorgaba un leve asentimiento con su cabeza mientras observaba detalladamente la cara de su alumna, buscando ver qué tan bien apagada había quedado su curiosidad. No lo consiguió, por lo que él continuó con su respuesta, ahora encarando una ceja- Si lo requiere, podría ayudarle -dijo para después alisarse la túnica que se había arrugado un poco con la mano- Esta elección no es algo que se deba tomar a la ligera -concluyó él, con la mirada fija en Astoria Greengrass mientras oía la voz de Lily una y otra vez en su cabeza, advirtiéndole lo malo que sería unirse a los mortífagos. Interesante manera de ella para comunicarle a él que sería aquella alianza del pelinegro con los seguidores de Lord Voldemort la que la llevaría a ella, Lily Evans y al fastidioso de su esposo, James Potter, a la tumba. Aquellos pensamientos habían recorrido los sesos de Snape sin que su expresión cambiase, ni un ápice. Esta, más allá de las Artes Oscuras y la defensa en contra de estas, era su especialidad: Fingir.